Adviento

Vivir el Adviento no es tan fácil. Para muchos apenas adquiere relevancia, ni la palabra en sí y mucho menos su contenido. Apenas una suma pequeña de domingos que nos conduce a la Navidad.

Es necesario reivindicar el sentido pleno del Adviento como actitud cristiana fundamental: esperar a Dios y esperarlo en Jesús; creer en su venida progresiva, misteriosa pero real, a nosotros, al mundo. El Adviento es ese tiempo concreto que rompe nuestra inconcreción y nuestra monotonía para ponernos en camino de conversión, para centrar nuestra vida no en una irrealidad, sino en la realidad maravillosa de Jesús que se acerca a la vida de los hombres como nuestro Salvador.

Aunque las fiestas de la Iglesia puedan recordarnos algo pasado, son también presente, realización viva, pues lo que ha ocurrido una vez en la historia, debe volver a ocurrir una y otra vez en la vida de los creyentes. Cada uno de nosotros está llamado a vivir la expectación, la llegada del Señor.

Nuestra salvación descansa en una venida. Aquel que viene, no lo han podido inventar ni producir los hombres mismos. ¡Cuántas veces lo han intentado! En todos los pueblos y en todas las épocas surgen las figuras de salvadores y redentores que apenas pueden modificar la realidad humana. Por haber nacido del mundo, no pudieron llevar el mundo a la libertad; y por estar hechos de la materia de su tiempo desaparecieron. El auténtico Redentor, Aquél a quien esperamos, ha procedido de la libertad de Dios: ha surgido en una pequeña nación, en una época que nadie podría demostrar que era la apropiada y en figura ante la cual nos invade el asombro: un niño.

Esto nos dice el Adviento. Un niño que viene para cada uno de nosotros en particular: en mis alegrías y miserias, en mis convicciones, perplejidades y tentaciones, en todo lo que constituye mi ser y momento de vida. Descubrir que ese niño es Cristo, mi Redentor y viene a mi vida, es ponerse en el camino de Adviento.

Adviento es oración. Repite apasionadamente, «Ven, Señor Jesús». Suplica: Ven. Céntrate en las grandes figuras de Adviento, como Juan el Bautista y, sobre todo, en María, la que culmina todas las esperanzas de los hombres.

Adviento es «Estar en vela». Se nos cierran muchas veces los ojos por el sueño o el embotamiento. Por eso nos resbala la vida, desconocemos los signos y se nos escapa el misterio. Puede que venga el Señor y no nos enteremos. Vivimos demasiado superficial y distraídamente, y así no hay posibilidad de Adviento. Vivimos buscando el placer, la diversión y el descanso, y así la vigilancia se duerme. Vivimos más del presente que de la promesa, y así la esperanza se muere. Es hora de espabilarse.

Adviento es trabajo. Pon tus manos, tu corazón y tus talentos al servicio del Reino. El Reino de Dios no baja del cielo espectacularmente. Dios quiere valerse de nosotros para hacerlo realidad. Llénate de ideales y compromisos.

Adviento es confiar. Con un talante escéptico, resentido o pesimista, nada se puede construir. Confía. Confía primero en ti mismo y en tus capacidades, y sobre todo confía en la fuerza que viene de lo alto. Para Dios todo es posible.

Adviento es, sobre todo, Amar. Al Rey del amor sólo se le puede recibir con amor. Amando se encuentra antes al que se busca. Amando llega más pronto el que se espera. Ama y encontrarás el camino más recto para llegar a Belén.

¡¡Feliz y Santa Navidad!!

José María Goyarrola, pbro.